31 Oct Entrega de premios del XIV Concurso de microrrelatos de Escuela de Escritores
Ya podemos anunciar al ganador del XIV Concurso de microrrelatos de Escuela de Escritores:
GANADOR
Rubén de Salas Corregidor con su relato La culpa y el sacrificio.
Han entregado el premio:
- Luis Domínguez- concejal de Cultura del Ayuntamiento de Getafe
- Lorenzo Silva – comisario del festival Getafe Negro
- Germán Solís – Escuela de Escritores
- Arturo de la Fuente Herrarte- presidente de la Junta directiva del Grupo de Empresa Airbus
El microcuento ganador recibirá un cheque regalo de la agencia de viajes Airbus valorado en 400 euros, un curso de Escritura Creativa online de tres meses de duración en Escuela de Escritores y un lote de libros de la librería Lobo Flaco.
Escuela de Escritores y Getafe Negro quieren felicitar a la ganador, así como a los todos los participantes, por la calidad de sus propuestas y agradecerles su participación. En esta edición se han recibido un total de 379 relatos.
Organiza: Escuela de Escritores
Colaboran: Grupo de Empresa Airbus y Librería Lobo Flaco
Bases en: https://escueladeescritores.com/getafe-negro/
GANADOR
La culpa y el sacrificio
Rubén de Salas Corregidor (Getafe – Madrid)
El último día me pareció más largo que ninguno, incluso más aún que el día que me tumbé por primera vez en la cama de mi celda pensando si seguiría vivo cuando me tocara salir de allí. Cuando lo hice, me esperaban en la puerta de la cárcel mi mujer y el hombre que cometió el robo por el que yo fui condenado. Ella me miraba con los ojos brillantes y media sonrisa en su boca. Él vestía camisa y vaqueros, bien afeitado y pelo corto. Parecía una persona diferente a la que, cegada por el mono, asaltó el bar Casa Andrés mientras el dueño recogía la caja. Yo, en cambio, podía asegurar que no era el mismo. Sin mediar palabra fuimos hasta un Opel Kadett blanco con una pegatina de la Expo92.
—¿Vamos directos a casa, papá? — preguntó mirándome por el retrovisor.
—No, hijo. Vamos a tomarnos unas cañas con Andrés.
FINALISTAS
2º PUESTO
Jubilación
Sara Pinto Herránz (Ziordia – Navarra)
El último día me pareció más largo que ninguno. Un mínimo error podía arruinar la operación. Si sus padres no pagaban el rescate, la chica moriría en unas horas, había quedado claro. La comisaría parecía un enjambre; el surco bajo mis axilas revelaba mis nervios.
—Jefe —anunció uno de mis subalternos—, acaban de depositar el dinero en el lugar indicado. Todo saldrá bien.
—Eso espero.
—En un par de horas la chica estará con su familia y tú podrás jubilarte a lo grande.
—Ya, bueno… Voy a casa, necesito ducharme. Avisadme cuando la liberen.
La ducha me sentó fenomenal. Había tantas cosas que celebrar que bajé a la bodega a por un buen vino. Me asomé al cuarto de los trastos:
—Tus padres han pagado el rescate —un atisbo de alivio cruzó el rostro de la chica—, es una pena que hayas visto mi cara.
3er PUESTO
El Caso de la Justicia Ciega
Andrea Valeiras (Orense)
El último día me pareció más largo que ninguno. Podría haber zanjado todo a primera hora de la mañana, pero sabía que echaría de menos el ajetreo de la comisaría, las charlas banales tras los interrogatorios complicados e incluso el café barato de la máquina. Aquella había sido mi segunda casa durante más de treinta años como policía. El caso de la Justicia Ciega estuvo dando quebraderos de cabeza a todo el equipo durante meses. Las doce víctimas habían sido encubridores en casos de abuso infantil en el pasado. Sus cadáveres fueron hallados con varios tiros en la espalda y sin ojos. Ese fue mi último caso antes de retirarme. Pero no me marché a Florida a vivir mi jubilación dorada: mi destino sería la cárcel. Eché una última mirada a la oficina y entonces, con el bote que contenía los veinticuatro ojos que había estado ocultando, me dirigí al despacho del comisario y me entregué.
Días largos
El último día me pareció más largo que ninguno. Me llovían los muertos por todos lados. En Villarcayo. Tres. Desangrados. En Villarcayo, joder, y con una jambiya. ¿Quién coño mata con un puñal yemení? Todo el día de cadáver en cadáver. La forense, encantada. Había dejado de quejarse. Ella, que siempre estaba con lo de que en Villarcayo nunca podría crecer profesionalmente. Los demás, deseando acabar la jornada. Ella de muerto en muerto con la alegría de un niño que va de casa en casa la mañana de Reyes. Por fin acabamos. Conduciendo me sonó el móvil.
—Inspectora, disparos. Calle Ancha, 5.
—Estoy ahí, voy.
Llego. Subo. Puerta abierta. Cadáver. Tiro en la cabeza. Hostias. Al lado, la jambiya. Ruido en el salón. Avanzo.
—¿Quién es este tío? — pregunto.
Ella posa el vaso.
—Mi padre.
La forense. Aún con la pistola en la mano, la mirada perdida y la desilusión de descubrir que los Reyes son los padres.
Olfato perruno
El último día me pareció más largo que ninguno. Era cuestión de horas que aquella maldita escayola desapareciera de mi pierna y de mi vida, pero precisamente por eso los minutos parecían arrastrarse con extrema pereza por la blanca esfera del reloj. Miré por la ventana, aburrido. Ya ni siquiera la vista de la exuberante vecinita del chalé de enfrente relajándose al borde de su piscina conseguía aliviar mi impaciencia. La irrupción de su perro en ese plácido oasis de sol y cloro llamó mi atención: el estúpido animal hacía un ruido infernal, saltando y ladrando, con un largo hueso bien sujeto entre sus dientes. Al verlo, la vecina se puso muy nerviosa, le quitó al bicho su golosina y se metió en la casa, echando las cortinas. Recordé la película “La ventana indiscreta” y decidí explorar su jardín provisto de una pala en cuanto me quitasen la escayola: hacía días que su marido no asomaba la nariz.